
Nací por cesárea un jueves 19 de junio del año cuando el papa Juan Pablo II visitó por primera vez a Venezuela y cuando el jodido de Lusinchi se montó en el poder. El dólar estaba a 4.30 Bs.
Crecí de la suma perfecta del amor de mis papás, los profesores Aracelis Morales y Jesús Astudillo. Tuve un compañero fiel como hermano, pues nos llevamos once meses de diferencia, Jesús Odoardo.
Tuve, tengo y tendré el cariño perenne de mis abuelas, tías, tíos y primos. El uniforme escolar me lo coloqué al año y medio, cuando me dejaron en una guardería, de la cual no recuerdo nada. Después me inscribieron junto a mi bro en la escuela Virgen del Valle, aquí cerquitica de mi casa.
Las órdenes de doña Aracelis me llevaron a la escuela Pio XII, pero mi tamaño no me permitía llegar al primer grado (coño si fuera así estuviese todavía en kinder). Tuve que calarme un año de preparatoria. El año más ridículo de mi vida. Puro rasgar papel, cantar, jugar con plastilina y dormir.
Pasé al primer grado en la misma escuela, donde tenía que ver natación, y el agua y yo, en aquél entonces, éramos enemigos. Tanto fue la insistidera que nos cambiaron al Domingo Savio (evidentemente me querían llevar a ser cura). Eso era una jaula. Nunca salí al recreo porque “i que” había muchos niños en el pasillo.
Otra llorona más, y me cambiaron a la escuela de la Gulf, donde fui feliz. Me hice dos veces pupú en los pantalones, vi enanos o duendes de verdad, culebras, tenía un gato, me caí a golpes con un compañero, me enfermé, pertenecía a la sociedad bolivariana (ahí radica mi odio y rechazo a Bolívar), comí chupi chupi de esos que a mi mamá no les gustaba por ser de agua sucia, y hasta agarré la bandera en el patio.
La historia se hace más corta, pues todo el liceo y bachillerato lo hice en el Alirio Arreaza Arreaza. Fui doblemente feliz. Mi papá daba clases ahí y era conocido como Astudillo o Astu. Conservo comadres, compadres y excelentes amigos aún de esa época única.
Al terminar ingresé a la Santa María gracias a la insistencia de mi madre de que yo estudiara periodismo. Al principio me inventaba dolores de cabeza y hasta suspensiones de clases para no ir. Un día rompí una camisa de la arrechera. Nadie me caía y entraba me sentaba y de ahí nadie me paraba hasta que veía la última hora.
Definitivamente el conocer a Pamela, María, Andreína, Rafael, entre otros, fue el detonante para que me empezara a gustar esa aventura que llaman periodismo. Poco a poco me fui integrando, dejando el autismo a un lado. Ya en sexto semestre necesitaba probar calle, y me dieron la oportunidad en el diario El Nuevo Día, y a los meses en Órbita radio.
Ahora lo que me queda es ofrecer los servicios de un amigo, hermano, padrinos de los embarazos de mis nuevos colegas, y un periodista que seguirá siendo pasante, porque en esa época cosechó las mejores amistades de la vida. Soy el producto de esa palabra sincera de cada uno de los compañeros de calle. De quienes recuerdo y a quienes admiro. Ofrezco las palabras chuscas y una sonrisa siempre presente a pesar de no haber escrito nada. Ofrezco mis sinónimos inventados y mis dramas en cuentos trágicos. Y ofrezco las palabras que me quedan por aprender y las frases que me faltan por conjugar…
PD: Dedicado a mi pobre vida feliz
1 comentario:
Una vez mi hermanito se hizo pupú en los pantalones.
Resulta que cuando estaba en primer grado le tenía miedo a su maestra, y para evitarse un grito resolvió hacerse en los pantalones.
La desgracia llegó cuando nos subimos al transporte y todos los niños se dieron cuenta de su calamidad.
Él lloraba sus seis años con pena, y yo lo acompañaba en su trajedia mientras los demás reían todo el camino.
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